El Cazador de Historias

El Cazador de Historias es la última obra escrita por Eduardo Galeano antes de su muerte en 2015, otra obra de arte.

Escrita en forma de relatos cortos, aquí algunos de ellos.

Amnesias

Nicolae Ceaucescu ejerció la dictadura de Rumanía durante más de veinte años.

(…)

El derecho al aplauso fue también ejercido por prestigiosos políticos como Richard Nixon y Ronald Reagan, que eran sus íntimos, y por el Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial, que derramaron dinerales y elogios sobre esta dictadura comunista que sin chistar obedecía sus órdenes.

Para celebrar su poder absoluto, Ceaucescu se hizo construir un cetro de marfil (…)

Pero muy poco tiempo después, cuando se desató el huracán de la furia popular, el fusilamiento de Ceaucescu fue una ceremonia de exorcismo colectivo.

Entonces mágicamente, el bueno entre los buenos, el preferido de los poderosos del mundo, pasó a ser el malo de la película.

Suele ocurrir.

El asustador

Allá por el año 1975 y 1976, antes y después del cuartelazo que impuso la más feroz de todas las dictaduras militares argentinas, llovían las amenazas y desaparecían, en la niebla del terror, los sospechosos de pensar.

Orlando Rojas, exiliado paraguayo, atendió al teléfono en Buenos Aires.

Una voz repitió lo mismo de todos los días:

Le comunico que usted va a morir.

¿Y usted no? – preguntó Orlando.

El asustador cortó la comunicación.

Había una vez un mar

Era lago, uno de los cuatro lagos más grandes del mundo, y por eso lo llamaban mar, mar de Aral.

Poco queda de aquellas aguas, envenenadas por la basura industrial y los residuos de los fertilizantes químicos y abandonadas por los ríos que los ingenieros desviaron.

El agua dulce se hizo salada y la sal esterilizó la tierra.

Unos pocos barcos, que fueron pesqueros y ahora son fantasmas, yacen enterrados en las orillas.

A veces se escuchan voces anunciando la resurrección.

Nadie se las cree.

Diagnóstico de la Civilización

En algún lugar de la selva, alguien comentó:

Qué raros son los civilizados. Todos tienen relojes y ninguno tiene tiempo.

La secuestrada

Un día del año 1911, la Gioconda desapareció del Museo del Louvre.

Cuando la desaparecida reapareció, al cabo de dos años de búsqueda, se comprobó que el robo no había borrado la sonrisa más misteriosa del mundo: había multiplicado su prestigio.

La pelota como instrumento

En las Copas del Mundo de 1934 y 1938, los jugadores de Italia y de Alemania saludaban al público con la palma de la mano extendida a lo alto. Vencer o morir, mandaba Mussolini. Ganar un partido internacional es más importante, para la gente, que capturar una ciudad, decía Goebbels.

En el Mundial del 70, la dictadura militar del Brasil hizo suya la gloria de la selección de Pelé: Ya nadie para a este país, proclamaba la publicidad oficial.

(…)

En el 80, en el Uruguay, la selección local ganó el llamado «Mundialito», un torneo entre campeones mundiales. La publicidad de la dictadura vendió la victoria como si hubieran jugado los generales. Pero fue entonces cuando la multitud se atrevió a gritar, por primera vez, después de siete años de silencio obligatorio. Se rompió el silencio, rugieron las tribunas:

Se va a acabar, se va a acabar, la dictadura militar…

El bombero

Desde que nació, Emilio Casabalanca fue un artista pintor y nochero incurable.

En una de sus largas bebederas, Emilio se perdió varias veces en los laberintos de la Ciudad Vieja de Montevideo, hasta que por fin consiguió encontrar la sede del partido Socialista, donde tenía albergue. A duras penas subió hasta el altillo y en el colchón se desplomó. Un cigarrillo encendido le colgaba de una mano.

La noche se apagó y Emilio también. Pero el cigarrillo, no.

En la madrugada, el Pistola Dotti llegó a cumplir su habitual trabajo de limpiador, cuando sintió un olor acre en el aire.

El humo venía del altillo. (…)

Estaba lejos el agua, allá en el baño o en la cocina, y el Pistola, así llamado desde aquella hazaña, no vaciló. Haciendo de tripas corazón, de un manotazo se bajó los pantalones. Y regó.

El río raro

Eran niños venidos de tierra adentro, de muy adentro, que no habían estado nunca en la playa de Piriápolis, ni en ninguna playa, y que nunca habían visto la mar.

A lo sumo se atrevían a mojarse los pies, pero ninguno rompía las olas.

Para vencer al miedo, uno de los niños, el más sabido, explicó que era la mar:

Es un río de una sola orilla.

Angelito de Dios

Yo también fui niño, un «angelito de Dios».

En la escuela, la maestra nos enseñó que Balboa, el conquistador español, había visto, desde una cumbre de Panamá, a un lado el océano Pacífico, y al otro lado el océano Atlántico. Él había sido, dijo la maestra, el primer hombre que había visto esos dos mares a la vez.

Yo levanté la mano:

-Señorita, señorita.

Y pregunté:

-Los indios, ¿eran ciegos?

Fue la primera expulsión de mi vida.

 

 

 

Deja un comentario

Este sitio utiliza Akismet para reducir el spam. Conoce cómo se procesan los datos de tus comentarios.